Por: Pablo Fernández S. Hace tiempo atrás recuerdo que ante
una pregunta que me hicieron sobre la base o “fondo” del concepto de RSE, se me
ocurrió utilizar una analogía con la que titulo este post: la RSE en cierto modo
viene a ser el lado humano de las empresas. Discutible o no, vale recordar que
el debate invita a la reflexión. Lo cierto es que después de mucho estudiar el
tema y explicar que esta poderosa herramienta de gestión no se circunscribe ni
mucho menos al tema meramente ambiental (como mal preconizan algunas personas),
la RSE es una acción voluntaria empresarial en la cual pesan mucho los
sentimientos.
Y si bien es verdad que bajo el nuevo paradigma del
desarrollo las empresas tienen una misión mucho más cercana a la sostenibilidad
y aportar prosperidad a la sociedad, todavía sigue habiendo un cierto rechazo
de parte de algunas otras apegadas a las viejas prácticas del capitalismo
desmedido. En el mundo del all profit corporativo el éxito se mide casi
exclusivamente por las cifras de superávit al final de cada balance,
desprovisto de “sentimientos” y elementos condicionantes tales como el impacto
ambiental, social y económico sobre la sociedad. Pero cada vez son menos.
Ya no se ve con buenos ojos el viejo concepto de
"ganar-perder" en el cual unos ganaban a costa de otros, como única
alternativa para generar riqueza. En la actualidad, las compañías exitosas
deben ser capaces de crear valor partiendo desde el interior, es decir,
empezando por beneficiar a sus propios empleados y partes interesadas. Esto
significa que las empresas como organizaciones hoy deben construirse bajo
parámetros de responsabilidad mucho más concretos, considerando el bienestar de
las personas en el centro o core business de cada una de sus actividades.
En este contexto la concepción de riqueza se logra a través
del compromiso transversal que involucra a las personas y a las organizaciones.
Las responsabilidades se comparten y la comunidad es parte activa en la búsqueda
de su propio bienestar, el cuál ya no depende enteramente del Estado o las
empresas privadas y recae sobre todos los actores de la sociedad.
Esta visión mas humanista es clave para entender porqué
muchas grandes empresas, pioneras, decidieron que la filantropía no era la
mejor opción para mejorar su relación con la sociedad. Regalar es una forma
simple de mostrar gratitud pero no es la mejor opción para mostrar compromiso,
como tampoco lo es el respeto contractual de la ética y los valores sin
retribución a la comunidad. De este modo la RSE se posicionó como una
alternativa valedera para aquellas organizaciones que deseaban contribuir
sistemáticamente al bienestar de la sociedad sin caer en la filantropía. Un
paso adelante que se fue fortaleciendo con el tiempo.
Actualmente, bajo los nuevos paradigmas de riqueza, la
dimensión de calidad de vida se extiende mas allá del mero bienestar económico
y por el contrario, involucra muchos más parámetros como la cultura y el
paisaje, la calidad en el acceso a los recursos naturales indispensables, o la
promoción de la igualdad género y el progreso social. Todos estos elementos se
han ido incorporando progresivamente en las estrategias de gestión empresarial
que han de alguna forma, humanizado el desarrollo.
Así las empresas responsables conscientes de su compromiso y
sus valores han fortalecido el capital humano interno y externo a través del
impulso de acciones que contribuyen con su bienestar. Y si bien la RSE ha
evolucionado hasta convertirse en una herramienta que también puede otorgarle
beneficios importantes a una organización, la base misma de su adopción e
implementación sigue siendo netamente filantrópica.
Esa disposición de algunas empresas y organizaciones por ayudar,
contribuir o aportar un granito de arena para mejorar su entorno y forjar un
mundo más agradable, no surge de la ambición o la planificación estratégica,
sino del factor humano que rige su visión, misión y valores. De esta manera la
RSE representa el lado más humano de las organizaciones, su compromiso y
responsabilidad en la creación de valor social, el respeto del medio ambiente
(cultura, naturaleza, patrimonio) y la mejora en la calidad de vida. Al fin y
al cabo, como sugiere Stephan Schmidheiny “no puede haber empresas exitosas en
sociedades fracasadas”.
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